Omar Cid Maureira: Natalma I: Guerra Civil en la ciudad fantasma.

20080124

Natalma I: Guerra Civil en la ciudad fantasma.

Salía más seguido que de costumbre el sol en la ciudad de Natalma, a pesar de su pobreza, en sus callejones grises y pequeñas ventanas, se respiraba un cierto aire de alegría, con los recientes logros después de la zozobra.

La ciudadanía, en su tranquilidad, ya proyectaba como superar futuras dificultades en las próximas siembras y cosechas, en la búsqueda de nuevas tecnologías, y la manera cercana de comenzar a terminar los proyectos inconclusos, existía un tenue estado mínimo de esperanza.

A pesar de ello, en lo más íntimo de su gobierno central se gestaba una nueva prueba para la ciudad. Comenzó sin mediar provocación externa, las condiciones para que estallara un nuevo dolor se estaban acuñando hace tiempo en su propio corazón.

Por un lado una casta de fantasmas generales atiborrados de medallas, sin pasar por ninguna guerra o conquista, había provocado un resentimiento inespecífico en su moral. Con un deseo permanente de volver a movilizar un cuerpo de conquista, con muchos generales sueños, líderes de exploración, deseosos de cumplir con sus leyendas de conquistar tierras, que siempre fueron negadas, se había instalado un resentimiento de no tener lo que se añoraba, de generación en generación, en los cuarteles.

Y en el otro extremo, en una oposición aún ciega, conformada por una estirpe de líderes y ministros blancos, que estaban aceptando y proyectando una patria basada en la Integridad, y un conjunto de iniciativas comunes. Era, en definitiva para ellos, aceptar el territorio y los sueños que estaban situados en él. Ellos eran los responsables de los recientes pequeños logros, pero recurrentes en la Natalma. Así en varios lustros se fue desarrollándose en los dos ámbitos antagónicos, una tensión agresiva de maduración lenta y dura.

A los Blancos, el poder así les fue traspasado otra vez, no fue difícil reelegir al primer ministro, llamado Roma, que recién ascendido o validado, gobernaba desde el palacio desde el enfoque blanco; avanzando en varias obras, pero heredando viejas heridas. Su ministro de desarrollo, Rafael, filosófico y elocuente, había instaurado políticas de progreso, mostrando o consolidando a pesar de las limitaciones de recursos y capacidades, una cierta mística que comenzó a despegar la neblina de ciertos territorios que aparecieron cercanos.

Ursus



En los tiempos actuales, se comentaba incluso la llegada de visitas ilustres, recibidas con honores en palacio, venidas de extrañas comarcas; que antes parecían lejanas, se decía que traían mapas y papeles de territorios cercanos, mostraban una posibilidad de hacer operativos conjuntos, nuevas alianzas, y una extensión de los territorios.

El general Ursus, general fantasma oscuro y frío, a través de sus contactos tuvo acceso soterrado a los mapas y escritos que traían los extranjeros, confirmando las visitas con los espectros del palacio, y reuniéndose con otros generales sueños, que agotados por ser desplazados por mucho tiempo, vieron su oportunidad, amplificando aún más la información, y se comenzó a gestar la preparación para la conquista y así extender, sin medir las consecuencias, el territorio; obtener lo que en las mesas de dibujo, aparecía como la tierra prometida.

Los generales fantasmas intuían que bastaba una confabulación con el ministro de guerra, Gaderian, fantasma ambicioso y voluble, que habitaba en palacio, para tener la venia del Primer Ministro.

Aún sin tener confirmación visual, con las coordenadas difusas y con exiguos datos como que las nuevas tierras las situaban en el sureste, sumado a la constante neblina en la frontera no hacia más que solo creer más en lo mapas y en los rumores de los sirvientes del palacio; el cuerpo de generales tomo la decisión de lanzar una avanzada de exploración, guiadas por Ursus, reclutando sin aviso a los jóvenes de la ciudad.

Tinieblas


El movimiento de los ciudadanos más jóvenes, hacia la frontera, reclutados por el ejército, provoco una profunda irritación en los ciudadanos, y esta situación llego al comité de los ministros blancos, que vieron desplazarse recursos en una decisión que no se había tomado en el palacio.

El ministro de desarrollo, Rafael, solicitó entrevistarse con el primer ministro, pero noto en su silencio y semblante, que él ya había tenido una conversación con el ministro de guerra, sin decir palabra había aceptado el envió de una parte de la tropa más joven, guiada por Ursus.

Ante el revuelo y la indignación en las calles que provoca la decisión de los generales, el ministro de desarrollo, pidió una declaración del primer ministro. El primer ministro en una larga noche de duda y sin conciliar el sueño, mirando desde su balcón, la plaza, la ciudad, y las tierras hacia el sureste; con pocas consultas a su sirviente; solicitó el regreso de las tropas que habían partido.

El general Ursus, que guiaba la exploración se negó a volver, y con las tropas agotadas siguió la marcha forzada, y aún más rápido, dada la orden de palacio. Esto hizo que la los agentes blancos y la ciudadanía se tomaran los cuarteles, y las plazas, y estuvieran en un paro indefinido frente al palacio.

Los generales, que se habían quedado, leales a general Ursus, y que aún no aceptaban que el primer ministro no dejara ir a todas las fuerzas a la conquista de la tierras, que profundizaba su impotencia por no participar en una batalla ganada, se dejaron caer sobre los líderes blancos que cerraban el acceso a los recintos, y comenzaron los primeros enfrentamientos encarnizados en la periferia de la ciudad.

Al mismo tiempo, las tropas de avanzada se acercaban a la frontera, aguijoneados por una silente aprobación del primer ministro, atravesando los campos, buscando y cruzando los escarpados pasajes entre las montañas, agotados, hambrientos y heridos.

Corazón Yermo


Pero fue dentro del palacio, en sus corredores, pasillos tenues y salas más alejadas, que comenzó la lucha de poder final, de quienes representaban a Ursus y el ministro de guerra, Gaderian, en palacio; y los que acompañaban en el gobierno al primer ministro, en especial Rafael.

La elite de líderes blancos, y su desaprobación basada en la certeza del destino de recursos a una guerra que dejaría proyectos internos detenidos, y sin la confirmación de la existencia de esas tierras abría ciertamente, un riesgo de una resistencia o una contraofensiva a tamaña invasión; de cualquier manera, para ellos, era una aventura. La violencia y la agresión se desato en el palacio, a metros de la sala del primer ministro.

Y paso a las calles, las revueltas, las agresiones, llegaron a la plaza mayor, a la aparición de viejas y poderosas armas, de todas las armas, todas se desfundaban; y peor aún, lo que en todas las guerras internas sucede con dolor, las armas y tácticas más letales, eran usadas contra los propios conciudadanos; el ensañamiento entre hermanos suele caracterizarse por infringirse heridas profundas y pareciera, con mayor alevosía que un enemigo externo; y relucen espadas en la noche de la soledad, artillería de tristeza, y caballería de rabia, que no fueron pensadas para ser usadas contra nuestros propios hijos.

Llueve en las horas más oscuras, y se desangra la Natalma, en varias batallas nocturnas, con matanzas y destrucción, desaparecidos; y en palacio, el primer ministro observa desde su ventana, inmóvil en silencio, pero con su decisión central ya tomada.

Océano


Ursus, pasmado, no podía cerrar la boca, sus guías solo lo miraban a él, incrédulos; y sus huestes detenían sus armaduras y sumergían los pies en el agua. Habían llegado al mar, ya no había más tierra al sureste, parecía ciertamente que nunca la había habido. No estaban en los mapas borradores, no habían confirmación en los rumores del palacio, solo soledad en la noche, con una patria que a lo lejos se desangraba.

El abatimiento de las tropas fue enorme, algunas unidades incluso entraron al mar, con la sola meta de sumergirse en la noche brumosa. Ursus, de rodillas lloraba con sus cartas en las manos, rodeado de sus leales. En la confusión, no advirtieron que el primer ministro, ante su desobediencia, había enviado a sus huestes blancas de confianza a exterminarlos, conformada por ciudadanos armados, en un ataque por la espalda y aprovechando la sorpresa de la oscuridad. Fue breve y nítido, tampoco fue una batalla frente al mar, fue más bien como los fantasmas blancos en emboscada, se hicieron de la muerte del ejercito rendido de la ciudad, y solo sosteniendo la vida de Ursus, para enfrentar cara a cara a Roma.

La noticia llego pronto a Natalma, aunque los incendios continuaban, y no había almas en los callejones irreconocibles por la destrucción, se respira la paz de la decisión del primer ministro, pareciera que la ciudad dormía cansada.

Ursus llego antes del siguiente amanecer, abatido, en sus propios pies, con una profunda tristeza pero manteniendo su orgullo. Fue encarcelado sin ver visto, pero nunca vio al primer ministro, a parecer fue muerto por una visita no autorizada, dicen que extranjera. Esos son los rumores de palacio, porque nunca se confirmo su suicidio. Lo poco que llego de sus últimas palabras, mientras era apresado, era que las tierras estaban, y que solo no fue capaz de encontrar el paso para llegar a ellas, que nunca reconocería que había cometido un error, porque los mapas y las cartas existían, aunque solo a él llegaron bosquejos.

La ciudadanía respiraba en paz, la ciudad ya sin ejército, había disipado el último temor que podría dañar su deseo de una muerte tranquila. Comenzaba la reconstrucción.

Quimera


Una noche, muy tarde, el primer ministro, miraba por su balcón a lo lejos con la mirada perdida en el horizonte, su sirviente personal al verlo, se acerca preocupado, lo mira y le pregunta: - Señor ¿ que observa?.

Roma agacha su cabeza, se introduce en la oscuridad de su habitación, y le indica: - necesito dormir, hermano mío- y se recuesta mecánicamente en su cama. El sirviente, aún en el balcón, busca en el horizonte diáfano; en la dirección de la mirada de su señor, y descubre más allá del mar, bajo la luz de la luna, una tenue mancha oscura con suaves ondulaciones de un tono verde; tierra.

El sirviente, agacha su cabeza por un momento y antes de salir de la sala del ministro, sin girar la cabeza, le dice en un tono que apenas se escucha: - dulces sueños, señor-.

Cuento por Omar Cid Maureira

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