Omar Cid Maureira: Natalma II: Kiel, el sobreviviente.

20080126

Natalma II: Kiel, el sobreviviente.



Kiel era el único hijo vivo de una mujer de un capitán de infantería, que guardaba las medallas y trofeos de la familia, en un pequeño baúl bajo su cama. Su triste figura, se iluminaba cuando le hablaba en las noches de lluvia a su pequeño hijo, de historias heroicas de su ascendencia, de comarcas que su padre visitaba, de las batallas ganadas bajo su dirección, y como villas se rendían solo a su porte y a sus fantasmas leales.

Eso era antes, ahora sin más hijos, sin hombre en la casa, se había empobrecido, vivía hacia dentro. El ejército apenas alimentado por la ciudadanía, menos tenía para ofrecer a una pobre viuda olvidada de un antiguo guerrero.

Kiel tenia la linaje natural de la lucha desde pequeño, la estirpe del honor hecho carne de un guerrero de batallas históricas, a pesar de su contextura delgada, fibrosa y su altura. Estaba cubierto de la carne suficiente, para no buscar un milagro, en su extraordinaria fuerza, empuje y destreza. Su madre agradecía, que a pesar de su sangre, no se habían dado las condiciones para que su hijo partiera naturalmente en busca de su vocación de combate, eso creía en su soledad y su lejanía, sin saber lo que se decidía en Natalma esos días.

Kiel, en su niñez entrenaba en el granero al cargar los fardos de alimento, en el molino reemplazando al animal que hacia girar la rueda, en el arado, en la picota, en todas esas labores, que las vecinas admiraban como la devoción ideal de un hijo a su madre. Pero Kiel en realidad jugaba a la guerra, la hoz era una espada contra los trigales, el arado un pesada catapulta, el molino un rueda de la muerte, en todas y en su imaginación estaba en la batalla. Incluso en sus tiempos de descanso, entrenaba con su espada los pasos y las figuras con enemigos espectrales, sobre los que luchaba denodadamente, y siempre en el juego buscaba perder, de esa manera, se levantaba y buscaba una forma insistente, un movimiento para desplegar su talento natural, para ganar contra su imaginación cada vez más poderosa.

En los torneos ganaba con facilidad, y si perdía, era en una larga y aburrida batalla en la cual el perdía antes la concentración, de esta forma se ganaba la admiración y vítores de sus amigos; mostraba la destreza con su espada, en una danza encantada conectada con los dioses, en que su cuerpo era tomado por una fuerza externa que formaba figuras que se desvanecían junto al fuego, y que los espectadores, si creían que así eran las batallas, bueno sería hermoso verlo luchar.

Otra cualidad de Kiel, era su humor, y que mostraba siempre cuando conversaba con sus contendientes mientras se batía, era común verlo sonreír, y hacer sonreír desde lejos a sus oponentes, eso más su danza y bromas, le ganaba la gracia de sus adversarios temporales.

Su espada remedada, y de segunda mano, pertenecía a un viejo capitán que admiraba y que se la dejo en herencia, y correspondía a una serie escasa de hierros sin joyas ni adornos, hechas por el herrero mayor ya muerto, que busco en el fragor de los pedidos, un modelo que se destacara por su liviandad, forma general estilizada y sobriedad; y que en su funda de cuero, luciera como conjunto sencillo y bello.

La gran mayoría de los combatientes como él, sabían eso, y su preocupación era la aleación y proceso a mano por el que estaban hechas, en donde se buscaba que aparecieran características únicas en su forma y desempeño que la hicieran complementarias a la destreza y fuerza de su dueño.

En general las espadas y sus escudos hacían referencias a las características de sus tenedores; y los que traían vistosas y brillantes armaduras a las competencias, en general hacían prever su derrota.

Una tarde que entraba en la noche, de viento tibio, y cielo cubierto, Kiel escucho el galopar de un filón de caballería, en la penumbra, supo que era parte del ejército que partía a una aventura, en su corazón no había duda, en su exiguo conocimiento reconoció en una bestia a Ursus. Hipnotizado por su indiferencia, y su porte, se puso de pie y entro a su casa derruida, sin hablarle a su madre que lo miraba atónita y que comprendía en silencio, salió con su espada, y su escudo de cuero, sin darse cuenta del pedazo de pan y carne ahumada que ella introdujo en su morral. No volvió la cara a Natalma, mientras se hacia la noche en el camino.

Arrepentido de no echarse encima más abrigo, Kiel se acerco a la avanzada para entibiar su cuerpo, moviendo las rocas y escalando para llegar primero a los miradores, facilito con su concentración y agilidad el cruce de las montañas, su animo ciego pero competente y leal, lo revelaron pronto frente a los ojos de Ursus, que ya no lo miraba con indiferencia. Lo llamo para acompañarlo en la delantera, honor que enorgulleció más a Kiel, sabiendo que eran pocos los valientes generales que iban al frente de sus fuerzas.

La detención, más que el mar, lo extrañó, buscaba la razón del rumor, en el escaso brillo que otorgaba el mar esa última noche, y en los que caían de rodillas en la arena o en el agua. También se puso de cuclillas, creyendo imitar a sus camaradas, esperando nuevas órdenes, pero percibió, en un sentido extraordinario, una amenaza en su espalda. Fue el primero que se dio cuenta de la emboscada, se irguió, giro su cuerpo hacia el monte y las sombras, desenfundo su espada, y al confirmar el ataque, se sorprendió al constatar que ninguno de sus compañero había desvainado o daba cuenta de lo que se venia. Nadie, solo él se preparaba para la defensa.

Sin temor, y honrando a su padre y abuelos, dio muerte, dando giros suaves y silenciosos, a varios de los que atacaban a sus compañeros, hasta que apareció un alfil blanco de espada entrenada, que lo ha visto a la distancia, este se abalanzo sobre él, eligiéndolo como al único que requería cierta habilidad para abatir.

Frente a frente, buscándose los ojos, Kiel reconoció a pesar del improvisado uniforme una figura familiar, no podía creer que luchaba contra su propio vecino Alón, amigo de torneos, venia hacia él con una orden superior en sus labios y en sus ojos, y él por su parte detenido en la arena, con el solo deseo de cumplir lo que llevaba en la sangre.

Lo que asomaba fácil, no lo fue, Alón, no portaba solo espada y escudo, y en su primer ataque le dice a media voz, mientras se frenaban cuerpo a cuerpo:

-¡abandonaste a tu madre, eres su único hijo¡-

Y Kiel lo empujo hacia la arena y se detuvo extrañado, así Alón saca de su costado estiletes y le lanza con increíble precisión, que Kiel evita con dificultad, y acomete Alón de nuevo enfurecido, Kiel retrocede y lo sostiene con su escudo mientras de nuevo lo empuja, mientras Alón le grita:

- abandonaste a tu dios, a tu gente, mereces morir¡¡¡.

Ya Kiel no sabia, que le dolía más, si el cansancio, o ver a sus compañeros morir a su lado, la mudez que lo rodeaba, o los cortes que le infería Alón, o sus palabras. En eso, no advirtió caer la red que lo embrollaa y lo hace caer al suelo, Alón ahora lo sostiene, y le señala:
- ¿no sabes que tu destino esta en Natalma?, eres un traidor, te falto corazón, y no tienes corazón por que no tienes Dios, esa es tu gran debilidad¡.

Kiel, mudo, atolondrado y asfixiado, recuerda de improviso a su padre, a su abuelo, abandonados por Natalma, y como si por la magia de milenios, su danza junto al fuego, o el hermoso movimiento de un animal que lucha por su vida, se restablece de un golpe, y hunde su espada fugazmente en el vientre de Alón, y lo ve caer, convencido que será su noche más triste.

Luego le fue cómodo, lucho contra quien se le vino encima, y gano, mientras sus compañeros caían sin pelear, derrumbándose en decenas, bajo las espadas de las huestes blancas, presenciaba la tala de un ejercito ya muerto desde adentro. Por el número que lo enfrentaba retrocedía paso a paso. Exhausto miro como en el campo, en el estrecho margen de las montañas y el mar, eran extintos sus compañeros que no se defendían, de rodillas y con sus manos vacías, sus miradas perdidas en el arena del mar.

Su instinto le dijo que era en vano luchar, y retrocedió a la espesura de unos matorrales, sin agacharse, sin esconderse, ya cubierto por la noche y sin hacer movimiento observaba la matanza, sin ser tomado en cuenta por los fantasmas blancos, retrocedió sin temor y dio la espalda, desde lo alto del risco, observo la imagen grotesca, sin hermanos vivos, giro y comenzó a caminar por instinto, por el camino que sus pies conocían. Deambulando por las comarcas, le tomo días volver a Natalma, una tarde se detuvo frente a la puerta destrozada de sus padres.

Su madre recibió a un fantasma, sabia que debía estar feliz por el regreso inesperado de su hijo, al cual lloraba desde que partió, pero él, en realidad no volvió, el que regreso no era él, si no su sombra, con los ojos negros, herido y rengueando, desaliñado, pero con la espalda recta. No, no era él, era su amado esposo; su abuelo, y otros fantasmas que ella había alimentado y dado abrigo, que habían vuelto así y un día no regresaron más.

Sabia que no podía abrazarlo, su silencio y su mirada huidiza no se lo permitía, ella sin sonreír, y en un rincón comenzó a prepararle, con las manos lánguidas, comida y el abrigo, para la que sabía sería su pronta partida.

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